VIII

Mis relaciones con el dinero y todo eso siempre fueron deplorables. Hay razones, o causas, que lo explican: nací de una familia generosa y pobre. Siempre vi trabajar para gastar, no para ahorrar. Quizá haya sido así porque lo que se ganaba nunca alcanzó para vivir medianamente holgado, menos aún para el socorro o la ayuda: y estos importaban más que la holgura misma. Por otra parte, conviene tener presente que el crack de la Bolsa de Nueva York me sorprendió con diecinueve años de edad y sin trabajo, y que cuando tuve una carrera (a partir de 1940) mis emolumentos alcanzaban algo así como el sesenta por ciento de un presupuesto modesto. Siempre me vi necesitado de alguna ganancia complementaria, y puedo decir, sin faltar a la verdad, que durante los cuarenta años que duró mi dedicación a la enseñanza como funcionario público, fui concienzuda y fríamente —aparte de impersonalmente— explotado por mi patrono que era el Estado. No llegué a cumplidor ejemplar y laudable del contrato que firmé el 1 de octubre de 1940, pero la otra parte, eso que hoy llaman a la americana (¿qué no se nombrará hoy en España a la americana?) Administración, lo fue menos aún. En 1940 llegué a ganar, por ocho horas de trabajo semanales, mil doscientas pesetas al mes; en 1980, al jubilarme, ganaba noventa y tres mil pesetas por quince horas a la semana. Que saquen la cuenta los economistas, y a ver quién incumplió el contrato. Si se tratase de una calamidad general, yo lo hubiera soportado sin rechistar, pero la verdad es que existen muchos funcionarios especialmente estúpidos y especialmente innecesarios, que ganan cuatro veces más. Yo siempre fui necesario. Yo fui un excelente profesor. Muchas veces, al volver de una esquina, encuentro a alguien que me lo recuerda y que me lo agradece con un abrazo.

Con la literatura gané poco dinero. Hoy parece que mis libros se venden algo más, y esto se va notando, pero, ¿no iba siendo hora? Piensa que, cuando escribo esto, voy a cumplir setenta y un años. De todas maneras, mi situación es, como siempre, insegura. El Estado me paga de retiro un puñado de duros que muy pronto no alcanzará para pagar el piso, y de lo que gano escribiendo, me lleva lo que puede con el pretexto de la justicia tributaria. No soy propietario, salvo de una casita en Galicia, ésa que llaman La Romana, y que me sirve de refugio en los veranos. Fíjate si será modesta, que apenas paga impuestos. Fuera de eso, queda el mundo, quedan las galaxias inmensas que se desperezan en el espacio infinito, todas, evidentemente, mías. También es mío, Dios, a su modo.

¡Ah, se me olvidaba! Poseo unos veinte mil duros en acciones de Iberduero.